San Valentín

Siendo hoy san Valentín, patrón de los enamorados les vamos a contar una historia de amor escrita en el siglo XIX y que Malsobaco es el lugar elegido por que una pareja de enamorados. fue publicado por Agustín Bonnat en 1853 y lleva por título: Por no saber nadar. Historia de unos amores. La historia forma parte de la serie Historia de unos amores, a la que Agustín Bonnat dedicó diversos cuentos en el Semanario Pintoresco Español.

 
Por no saber Nadar. Historia de unos amores.

I.

            ¡Cuánto se aman Fernando y Rita! ¡Qué felices deben ser! ¡Qué existencia tan dulce y tan tranquila debe pasar estos dos amantes, para quienes no hay mas mundo que ellos, para quienes la humanidad se resumen en ellos dos! Rita, que es muy poética, hace versos, y todos se los dedica a su Fernando, a quien llama su Faon, su Abelardo; los ojos de este son sus estrellas favoritas. Su cabello es de una red de ilusiones en la que ha quedado presa su alma; su cuerpo es elegante y airoso. ¡Cómo le ama!.
            Fernando también adora a su Rita; es su primer amor; es su ello ideal, su sueño de oro; no la encuentra un defecto: sus versos le entusiasman; sus conversaciones le hechizan y le encanta; no ve más cielo que el poético azul de los ojos de su Rita; no concibe mayor felicidad que sus palabras: cuando están frente uno de otro; él la coge una mano, se la estrecha entre las suyas, fija sus ojos en los de ella, y así se están largos ratos, largas horas, que a ellos se les hacen minutos, segundos, átomos de tiempo, y ¡ay del que los interrumpa!. El otro día Rita se ha enfurecido porque la fámula ha venido a decirla que esta la sopa en la mesa, en un momento crítico, cuando ella estaba ocupada en contar las pestañas de su ídolo, para hacerle una erótica con tantos versos cuanto pelitos tenía en los ojos. ¡Qué inquindad de doméstica!¿en que momento tan crítico había ido a mezclar la prosa a la mas tierna poesía! ¿y para qué? ¡para comer!. Como si los héroes de las novelas comieran! ¿en qué libro lo habría leído? Pero caro ha pagado su crimen.- Sal de mi casa, la dijo Rita, y mendiga tu sustento de puerta en puerta. Terrible maldición, horrible apóstrofe; y todo por haber mirado por ella. ¡Negra ingratitud!. Pero no, Rita tenía razón: ¿no es el amor más puro de los alimentos?¿no le basta al que ama ser correspondido?. Pues entonces ¿a qué venir con esa embajada?. Hay heroína de novela que se pasa seis años, toda su vida, sin que una sola vez sea cuestión de comer, ¡y ella no había de poderse pasar un solo día!...
            - Ten calma, la dijo Fernando, como, vida mía; si no te debilitarás, ten enflaquecerás, y toda la parte de carne que te falte, es un robo que me haces a mí, pues eres mía y me perteneces.
            Rita besándole una mano le contestó:
- Fernando mío, si tal es tu voluntad, comeré, engordaré, aunque no sea poético, solo por complacerte; y para que veas cuanto te amo, vendrás esta tarde a merendar conmigo: te preparo una sorpresa.
            Cortada ya la conversación, volvió de nuevo Fernando a mirar a Rita, y ella volvió a su tarea: le preparaba otra sorpresa mucho más agradable.

II.

            Se fue Fernando a su casa lleno de ilusiones, ebrio de felicidad, porque había dado con la mujer más poética del mundo, y cada día la quería más. Se desesperaba sin embargo, porque no podía contestar con versos a los que su amada le enviaba, y hubiera dado la mitad de su vida por haber escrito un soneto o una octava real. No tenía tampoco amigos poetas que le sacaran del apuro; no tuvo mas remido que comprar un arte poética y un Rengifo creyendo que solo hacían falta esos dos libros para ser un Cátulo o un Petrarca.
            ¿Por qué será que todos los amantes creen verse en la obligación de su amada en verso? ¿no se puede decir todo en prosa? ¿O es de más efecto el renglón desigual y el consonante, las más de las veces ripio, que la lisa y expresiva prosa? En algo consistirá: pero lo cierto es que todos lo hacen, y Fernando que constituía parte de esos todos, deseaba hacer lo mismo.
            El quería pintar a su amada la gran pasión que la profesaba y que ella se merecía; quería agotar una tienda de joyero para a fuerza de cumplidos convertir a su amada en un escaparate de Samper; quería hacer en su poesía un curso completo de botánica a fuerza de buscar semejanza a las flores con su Rita querida.
            Toda la tarde pasó sin querer tampoco tomar alimento para que la inspiración no se le fuera en pos de los manjares; a fuerza de aguzar su ingenio y a fuerza de invocaciones a las nueve musas y a Apolo su presidente y padre, logró crear la siguiente cuarteta:

Eres mi perla, una rosa
del jardín de mi ventura,
diamante de hermosura,
toda tú eres hermosa.

            Creyó después haber escrito esto que nadie podía igualársele: ya había hecho cuatro versos, y muy poéticos: se entusiasmó con su obra; no quiso hacer más; y al ver su inspiración vio en lontananza un poema épico y un drama en cinco actos de los que él y su Rita serían los héroes.
            Estas ideas convenían admirablemente a las ideas de Rita, que hubiera querido que su amante fuerza un Proteo para que pudiera representar los héroes de todas las novelas que había leído.
            Parecían haber nacido uno para otro: pensaban tan acordes, que al verlos cualquiera hubiera creído que iban a enriquecer el catálogo de los amantes celebres, y que después de Dante y Beatriz, Laura y Petrarca, Ero y Leandro, Safo y Faon, Chactas y Atala, Pablo y Virginia, se iban a añadir Rita y Fernando.
            Eran todas las ilusiones de Rita llegar a ser heroína de novela o de poema o de drama, o de cualquier cosa: todos sus sueños eran la gloria: y por eso desde los doce años había abandonado la aguja, el plumero y la espumadera, y había enristrado la peñota de poeta; en su cuarto no había ningún objeto que indicara el sexo a que pertenecía; pero en pago había una magnifica biblioteca de más de mil volúmenes; allí, nuevo Don Quijotes, Rita se creaba amoríos y escenas increíbles, pasiones con peripecias horribles, situaciones altamente dramáticas y desenlaces trágicos, en los que siempre era ella la heroína, y que daban por resultado la inscripción de su nombre en la pagina de oro del libro de la historia, y la publicidad universal en alas de la fama y sus cien trompetas.

III.

            Entusiasmando Fernando con los versos que había hecho, y creyéndose inspirado, no quiso comer de miedo de que la inspiración se fuera: llegó la hora de la cita para la merienda, y nuestro héroe salió doblemente contento; primero porque iba a ver a Rita; y segundo, por que iba teniendo hambre y se le iba a proporcionar ocasión de saciarla.
            Rita había preparado una merienda suntuosa, cara, pero antinutritiva; había consultado sus novelas en vez de consultar su libro de cocina, y había cometido un desacierto. Tal hubiera sido tu opinión, si ge hubieras encontrado en la posición de Fernando; pero este se aguantó y dio las gracias a su amada, que en aquel momento gozaba una felicidad sin límites.
            Hé aquí, lector, la descripción de la merienda que Rita había preparado para su amante.
            Siempre deseando hacer la heroína de novela, no se le ocurrió otros tipos que poner en escena mas que Chactas y Atala, y le preparó a su amante una merienda completamente americana: componiase de cocos, caña de azúcar, guayaba, plátano, mamey e icacos, y por toda bebida café puro. Cada una de las cosas que Fernando probaba, Rita le miraba entusiasmada y le decía: ¿te gusta, bien mío? Fernando decía que sí, a pesar de que como al autor de esta historia, le sabían todas a pomada. Después que hubieron acabado le preguntó Rita:
            - Recuerdas, Fernando mío, que amante célebre ofreció una merienda parecida a su amado?.
            Fernando, que no era fuerte en historia erótica, no pudo contestar a esta pregunta enigma, y le contesto con decir:
            - No, no recuerdo.
            - Una mujer desgraciada, que vio sufrir mucho al objeto de su amor, y que al fin murió sin haber podido lograr su unión con el amor de sus amores. Fernando, ¿no recuerdas la heroína de una novela de Chateaubriand?.
- Si, hermosa, la pobre Atala, contestó este, que aunque no había leído la popular novela del vizconde, había visto en cuantas posadas había estado la historia representada en lindísimas pinturas.
            - Que desgraciados fueron, ¿verdad?.
            - Si, mucho, contestó Fernando.
            - ¡Y cuanto se amaban!
            Como nosotros; quizá menos, dijo el amante de Rita.
            Aquí quería haber llegado Rita.
            - ¿Con que me amas tanto como Chactas?.
            - ¡Mucho más, bien mío!.
            - Gracias, gracias; no en balde te adoro y te idolatro; razón tengo para decir siempre que nadie en el mundo se ha amado como nosotros. ¡Con que desinterés te quiero!. No tengo ni aun ese egoísmo que dice Balzac hay siempre en el amor platónico; por eso me inspiras como nadie en el mundo; por eso, sí, Fernando; y no me llames orgullosa al oír mi confesión; creo que inspirada por tu amor llegaré a alcanzar la gloria que Safo alcanzó inspirada por Faon.
            Y diciendo esto entregó a Fernando un papel en el que había versos, diciéndole como el ángel a San Agustín:
            - Toma y lee.
            Fernando leyó la siguiente poesía:

            A FERNANDO…

            Ángel bajado del cielo,
Fernando, tierno tesoro,
te amo, y aun más, to de adoro;
quiéreme tu pues a mí
y déjame que te mire
y que pueda contemplarte,
mi vida, para adorarte
con ardiente frenesí;
tu eres mi cielo, mi vida,
sin ti no concibo nada,
eres la prenda adorada
de mi amante corazón;
eres mi luz, mi existencia,
y eres, hermoso Fernando,
el hombre a quien voy amando
desde que tengo razón.
                        RITA.

            Después de esta magnifica inspiración, Fernando entusiasmado no se atrevió a entregarla su pobre y solitaria cuarteta.
            Estuvieron juntos dos horas formando mil proyectos, forjándose sueños de oro como lo son siempre todos los que nos forjamos, hasta que llegó la hora de expedirse.
            Tenía por costumbre besarle una mano: aquel día lo deseaba más porque era feliz con su amor; pero ella, que estaba un poco escotada, no lo consistió, y le hizo que la besara en la espalada. Así es más poético y más erótico, le dijo; así fue el primer beso de su amor que dio Félix a Enriqueta según cuenta Balzac en el lirio en el valle, y se querían mucho; acostúmbrate a separarte de lo vulgar como han hecho los grandes amantes, y la posteridad nos colocará al par de ellos.
            Después de esta mezquina peroración, Fernando no contestó, y salió ebrio de felicidad.

IV.

            Pasaron varios días en que nuestro amantes, lejos de quererse menos, aumentaban su amor y se daban mutuamente las más grandes y platónicas pruebas. Pasaban todo el más tiempo que podían juntos sintiendo cada vez que se separaban.
Uno de los días en que Fernando fue a ver a su adorada Rita, esta, loca de contenta, le dijo que había resuelto ir a enterrar su felicidad lejos del mundo con los placeres de la soledad como Rousseau y María de Warens, y que tenía proyectado un viaje a Paracuellos, donde había alquilado una casita a orillas del río.
            Fernando también pareció alegrarse mucho a esta noticia; iban a vivir en el campo lejos del mundo que se interponía a sus amores.
            Rita le participó que por respeto al mundo no debían vivir juntos; y que aunque esos amantes a quienes querían imitar así vivían también, otros no menos célebres habían vivido separados naciendo de ahí su fama y gloria: así convinieron que se haría.
            Rita le anunció que ella iría primero, que le buscaría casa y le escribiría para que fuera.
            El día de la despedida, rita le envió unos versos de los cuales hacemos merced a nuestros lectores, porque en nuestro humilde juicio, una poesía y un cardó, no siendo muy buenos, no deben verse.
            Rita salió para el poético pueblo en que debían habitar, y a los cuatro días escribió a Fernando la siguiente carta:
            “¡Ídolo mío: qué dichosos vamos a ser aquí, lejos de las gentes que no se interesan por nuestro amor, que nos miran indiferentes, sin creer que tenemos unas almas tan grandes como las de julio César y Napoleón, lejos de esa entupida humanidad que con el alma de carbón de piedra, como ha dicho uno de esos poetas, no enaltece mas pasiones que las mundanas!.
Ya te tengo casa, vida mía; ven, viviremos felices; toma la tartana que sale de la calle de Alcalá y ven pronto; yo te espero con impaciencia; verás que piso árido y seco como los desiertos en que vivieron Atala y Chactas, que feliz memora para nosotros; tienen sin embargo árboles como los de Charmettes de rousseau; un río que puede para nosotros reemplazar al lago en que fueron felices Julia y Rafael, y algunos montecitos como los de la gruta en que vivieron Laura y Petrarca: verás aquí como te parece el cielo más azul, el sol más ardiente y la brisa más poética; ven: cuando llegues te daré una leyenda en diez cantos de más de ocho mil versos que he hecho en cuatro días, y de los que eres tú el héroe.
Ven a vivir feliz al lado de tu
                                                                        Rita.
P.D.: para inaugurar bien esta segunda época de nuestra vida, ven como venía Petrarca a ver a Laura todo vestido de blanco.”

V.

            Todo se desvanece, borra y pasa.

            Ha dicho un poeta, repitiendo lo que desde adán se dice que no hay completa felicidad en el mundo, y ahora vas a tener otro ejemplo que añadir a los miles de miles que presenta el mundo.
            Fernando fue a Paracuellos: inútil es decirte con que alegría le recibió Rita; bastete saber que a su entrada le besó en los ojos como Safo a Faon; que le leyó la leyenda; que estuvo cuatro horas leyendo versos, hasta que extenuada de fatiga tuvo que dejarlo.
Pasáronse días muy felices; todas las noches iba Fernando a verla para lo cual tenía que dar una gran vuelta para ir a buscar el puente; pero ¿le importaba andar más, si iba a ser feliz a su lado?.
            Una noche ella lo esperaba esperando al balcón; el fue a entrar por la puerta, y rita le llamó.
            - Aquí tienes esta escala, le dijo , sube por ella, y haremos como hacían Romeo y Julieta.
            Efectivamente, el subió con bastante miedo porque no tenía costumbre de tales ascensiones, y ella se consideró dichosa de no tener nada que envidiar a la heroína de Shakespeare.
            Si rita no hubiera querido imitar a otros amantes, lo hubieran pasado muy felices, puesto que él a todo se amoldaba; pero una malhadada idea vino fatídica a cruzar su mente; lo pensó, y determinó que Fernando lo pusiera en práctica, para lo cual escribió la siguiente epístola:
“Fernando mío: puesto que un río nos divide y que tienes mucho que andar para venir a verme; he hallado un medio de zanjar esta dificultad: imita al fiel amante de Hero, al apasionado Leandro: pasaba todas las noches a nado el Helesponto con la ropa sobre la espalda; Hero encendía un farol y le esperaba en la orilla opuesta: imítale tú a él, que yo te ofrezco hacer lo que ella. Hazlo, bien mío; será una inmensa prueba de amor que te agradeceré toda la vida. Esta noche te espera tu
                                                                                    Rita.”
            Apenas leyó esta carta Fernando, se incomodó, recordó todas las escenas que le había hecho hacer su Rita, y como no sabía nadar, el miedo al agua le hizo ver a su amada loca. Determinó pues no pasarlo a nado y observar bien si ella estaba en su juicio.
            Llegó la noche, y la apasionada Rita esperaba con el farol al balcón de su casa, cuando ¡Oh dolor!... el hombre en quien tenía puesto todo su cariño, venía por el puente, no se había atrevido a pasar a nado; no merecía su cariño. Se metió y cerro el balcón sin consentir en abrir la puerta a pesar de las endechas y lamentaciones de Fernando que no sabía nadar.
            Fernando se retiró irritado; ella, queriendo aun imitar a alguna amante célebre, se retiró a un convento como Heloisa, escribiéndole antes los siguiente renglones:
            El hombre que no expone su vida por su amada, es indigno de ser correspondido y que la fama conserve su nombre en su libro de oro; desde hoy te he borrado de mi libro de memorias.

VI.

            Lector, te aconsejo que si no sabes nadar, aprendas.

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