Picón del Cura.
Como ya
sabemos, la denominación de los sitios o lugares suele esconder un porqué, una
historia que por desgracia, se pierde en la noche de los tiempos. Así por ejemplo
descubrimos que, gracias a unas canalizaciones eléctricas, el Cerro de Valdemahoma esconde un
asentamiento musulmán de la Alta Edad Media. O que las Eras de Chambery, que
hoy están edificadas y sólo se conserva una calle con ese nombre, se debe a un
asentamiento estable del Cuerpo de Dragones de la caballería francesa durante
la Guerra de Independencia, como hemos podido averiguar recientemente gracias a
un libro editado en Francia. Sin embargo hay un sitio en Paracuellos,
probablemente el más popular, que todos los vecinos conocen y por el que se
conoce a este pueblo allende nuestras fronteras, que se llama El Picón del Cura (un bonito nombre que
sin embargo nuestros políticos municipales se empeñan en cambiar por el del
“Balcón de Madrid” más vendible para el turismo que nos visita) y que se nos
resiste. Nadie, ni los más viejos del lugar, son capaces de decirnos el porqué
de este original nombre.
Pero como el
mundo es una sucesión de casualidades, hace unos pocos de días volvimos a
retomar la pregunta. Y para nuestra sorpresa, uno de nuestros amigos sabía
algo; por lo visto un tío suyo le contó hace muchos años una historia de un
cura que era torero y que el obispo al enterarse le excomulgó. Y por ello
pasaba largos ratos en ese pico, que por aquel entonces estaba lo
suficientemente alejado del núcleo urbano, para reflexionar o lamentarse de su
mala suerte. Enseguida se nos encendió la luz y enlazamos esta historia oral
con la recogida en 1860 por el autor costumbrista D. Antonio de Trueba, que
está incluida en el libro de Historias de Paracuellos.
El escritor D.
Antonio María de Trueba y de la Quintana nació en la localidad vizcaína de
Galdames el 24 de diciembre de 1819. Era hijo de campesinos muy pobres, su
vocación literaria se despertó con los romances de ciego que le traía su padre
cuando venía de visitar una feria. Tuvo que abandonar pronto la escuela para
trabajar la tierra y el mineral de las minas de Las Encartaciones, su lugar
natal. Cuando contaba quince años (1834) marchó a Madrid para evitar la primera
Guerra Carlista; allí se empleó en la ferretería de un tío suyo y robó tiempo
al sueño instruyéndose de forma autodidacta y leyendo autores románticos
españoles.
En 1845
consiguió un puesto burocrático en el Ayuntamiento de Madrid y con ello logra
más tiempo libre para consagrarse a la literatura. A partir de entonces, se
dedicó a escribir y publicar libros. Uno de ellos titulado: “Cuentos campesinos
“en 1860 en el que se dedicó a visitar los pueblos de los alrededores de Madrid
para recopilar historias, hechos,
anécdotas, chascarrillos que circulaban de
tradición oral. Como él mismo autor
reconoce, de estas historias populares sacaba una historia en el que inventaba
situaciones, personajes y diálogos para darle cuerpo y siempre con un final
feliz y una moraleja. Por tanto, estamos ante lo que en la actualidad sería una película
“basada en hechos reales”.
La historia
que recogió de nuestro pueblo está incluida en un capítulo bajo el nombre de: “ElCura de Paracuellos”. Es la historia de un chiquillo pobre que se llamaba
Pepillo que se dedicaba a pastorear pero que siempre lo hacía con libros en la
mano. Sin embargo lo que más le gustaba era torear:
“Tal afición fue tomando Pepillo al toreo,
que dedicaba a él todos sus ratos de ocio, y, como su amo se lo permitiese, no perdía una
corrida de novillos de las que se celebraban en los pueblos cercanos de
Barajas, Ajalvir, Cobeña, Algete y otros, donde hacía prodigios con su destreza táurica”
Un “Grande de España” los veía todos los días
leyendo y se acercó para preguntarle si quería estudiar pues estaba dispuesto a
pagarle los estudios. Pepillo le dijo que sí pero como quería tanto a su pueblo
y no quería separase de él, decidió estudiar para cura y así poder ser el cura
de su pueblo. Y después de algunos años consiguió su propósito. Sin embargo,
ahora ya como Don José, su afición a los toros la siguió cultivando:
“El pueblo
paracuellano veía por sus ojos, porque además de todas estas buenas cualidades,
tenía otra que le enamoraba, y era la afición del señor cura al toreo y su pericia en
capear, picar y poner un par de banderillas con el mayor salero al toro más bravo. Ya se
sabía: todos los días, después de cumplir con los deberes de su sagrado ministerio, el
señor D. José había de bajar a las praderas del Jarama a entretenerse un poquito
capeando o poniendo un par de varas al toro de más empuje y bravura de cuantos allí
pastaban”
Pero en una
visita del señor Cardenal Arzobispo de la Diócesis, este se enteró de la afición
que tenía y decidió “retirar la licencia
para ejercer el misterio sacerdotal”; “Todo el pueblo se llenó de pena, y no se
oían más que lloriqueos en las casas y en las Calles”.
El final feliz
sucede cuando el señor Cardenal Arzobispo, que en días sucesivos había estado
visitando los pueblos de la comarca, se dispone a abandonar el pueblo cuando
uno de los toros de la Muñoza se arranca a embestirlo, pero gracias a la pericia del cura de Paracuellos
que lo acompaña, consigue con la capa del cardenal, librarlo de una trágica
embestida. EL Cardenal, en
agradecimiento, perdona al Cura pero con
la promesa de que no volverá a torear.
Pero yendo a
la raíz de la historia, el dato que nos ha de quedar del cuento de “El Cura de
Paracuellos” es que sin lugar a dudas, no sabemos aún cuando ni en qué época
(aunque sería interesante averiguarlo), en Paracuellos hubo un cura al que le
gustaba torear. Y no sólo en su pueblo, sino en todas las ferias taurinas de la
Comarca. Hecho que debió ser conocido por las autoridades eclesiásticas, lo que
provocó su excomunión o al menos una amenaza de ello. Y eso provocó que se
dedicara a reflexionar sobre todo esto dando lagos paseos por las cornisas y
barrancos, sobre todo en un cerro que pasó a denominarse El Picón del Cura.
Sin embargo, A
pesar de todo lo expuesto, debemos reconocer la fragilidad de este argumento
pues no hay en las 15 páginas del cuento, una sola mención a este hecho. Por
otro lado, tampoco el autor que visitó someramente nuestro pueblo, tiene por
qué saber todos los detalles de esta historia y simplemente la ignoró. En
cualquier caso, seguiremos abiertos a cualquier versión que los vecinos den.
Javier Nájera y Luis Yuste.
Cronistas oficiales de Paracuellos de Jarama
Bibliografía:
- NÁJERA MARTÍNEZ,
J.; YUSTE RICOTE, L. : Historias de Paracuellos de Jarama. (2016)
- ANTONIO DE
TRUEBA: Cuentos Campesinos (1860)
Comentarios
Publicar un comentario