La Mano de Dios



El siguiente cuento es obra del Ilustre vecino de Paracuellos D. Vicente Garcini y Pastor, que nació el 26 de enero de 1848 en Madrid, pero que pasó grandes momentos en la finca que los Garcini tenían, que sepamos hasta principios del siglo XX, cerca del actual Berrocales. Cursó bachillerato en el instituto de Noviciado, destacando en matemáticas. Posteriormente se preparó una plaza de auxiliar en el observatorio astronómico de Madrid, sacando el primer puesto. En 1865 ingresó como alumno de la Escuela de Caminos acabando la carrera en 1871. Fue profesor en esa escuela desde 1879 dando las asignaturas de Máquinas, Hidráulica, Economía Política y Derecho Administrativo, entre otras. Fue posteriormente Secretario (1898) y Director de la Escuela de Caminos (1914-1915). Además consiguió el puesto de Inspector general de Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, el de Presidente de Sección del Consejo de Obras Públicas, Director y Profesor de la Escuela Especial de dicho cuerpo, y se jubiló de dichos puestos en enero de 1915. Autor de diversos trabajos científicos, el más destacado: Apuntes para la clase de máquinas, realizado por sus alumnos y corregido por él; todavía en uso. Tomó posesión el 7 de junio de 1908 en a Real Academia de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, siendo miembro de esta hasta su fallecimiento el 11 de febrero de 1919.

A D. Vicente Garcini no sólo le debemos la autoría del diseño del primer puente que salvó el río en Paracuellos y sus numerosos trabajos científicos, sino que se atrevió a escribir en 1865, con 17 años, la leyenda titulada la Mano de Dios, donde narraba cuál era el origen del topónimo La Tía María, una gran hondonada que forman dos cerros a mitad de camino entre Paracuellos y Ajalvir. El cuento fue publicado en 1865 y que lleva por título: La mano de Dios
Les dejo el cuento para que se deleiten con su lectura digna de ser representada el día de todos los Santos.



La Mano de Dios. Leyenda Original.

Escrito por D. Vicente Garcini y Pastor (1848-1919) y publicado en 1865.


Al Lector.


            Mostrar los ejemplos sacados de la vida que comprueban claramente la existencia de una sabia y justa Providencia, creo sea trabajo noble y digno de ocupar una parte de nuestros ocios.
            El hecho que en la leyenda La Mano de Dios voy a contar, no es de esos que inventa la imaginación de un poeta.
            Cotad este suceso a jóvenes y ancianos del pueblo de Ajalvir, y pronto recordarán con horror todas las circunstancias que vamos a exponer al lector.
Nada es hijo de la inventiva, todas las circunstancias son las que tuvieron lugar.
            A la temprana edad de ocho años presencié el acto de encontrar el cadáver de una anciana octogenaria con veinte y dos puñaladas; entonces oí de todas las bodas que lo que voy a transmitir al lector, y desde aquella época tango siempre presente la imagen del cadáver de aquella anciana en cuyos brazos había estado tantas veces.
            Siempre que el escepticismo ocupaba mi corazón el recuerdo de aquel hecho reanimara mi fe.
            No soy por tanto el poeta que crea, soy el narrador que cuenta. Cumplo un deseo que tenía desde niño, pues siempre ha estado fijo en mi mente el horrible fin de la tía María. Nunca se apartarán de mi memoria sus caricias, y nunca tampoco el horrible estertor de su agonía.
          Y por si alguna vez, lector querido, se te ocurre hacer un viaje de Ajalvir a Paracuellos de Jarama, y conservas un recuerdo de esta historia, sabe: que en una gran hondonada que forman dos cerros como a la mitad del camino, verás, el vestigio que indica la existencia en un tiempo no muy lejano, de una de esas cruces que la piedad cristiana solía clavar, para que sirviese como de aviso al caminante descuidado, allí donde acaecía un suceso siniestro. Pues bien, recuerda al verlo que en ese sitio tuvo lugar el hecho que voy a ser historiador.


La Mano de Dios.
Primera Parte.
El crimen.
I.


            En una clara noche
de alegre primavera,
brillaba en el cielo
sin número de estrellas.
¡Qué nubecillas suaves
al firmamento trepan!
¡Cuán horrido silencio!
¡La clama solo impera!
Si algún ruido se hiciese
Ni aun eco respondiera.
Su luz pálida y triste
Reflejan las estrellas.
Y al lado de nosotros.
Las sombras que proyectan
Las matas y las plantas,
Los árboles y peñas,
Parece que nos siguen
Persiguen y rodean.
Observase a lo lejos
Las casas de una aldea
Que cubre denso manto
De sombras y tinieblas.

            En medio de la calma
Un leve ruido suena
Y un hombre con sigilo
Salía de la aldea.
Marchaba silenciosos
Y andaba muy de prisa.
A todas partes mira
Cual si alguien le siguiera,
Mas… ¿Qué es lo que le sigue?
Le sigue… La conciencia
La cual fue dada al hombre
Por dulce compañera.
Que rija sus acciones
Gozándose en las buenas,
Y entonces le acusaba
Del mal que hacer intenta.
            ¡Qué bello es el susurro
Del suave aire que vuela
Y entre las verdes hojas
Tan bullicioso juega!
Más el de esto se asusta
Y vuelve la cabeza,
Torciendo la mirada,
Camina mas de prisa.
Le asustan ya las sombras,
Le asustan las estrellas
La luz también le asusta,
Le asustan las tinieblas;
En fin, todo le asusta,
O en todo su conciencia.

            Por fin llego a unas zarzas
Quedando oculto en ellas.

II.

            La luz clara y brillante
De estrellas que relumbran
Y límpidas alumbran
La inmensa oscuridad,
Se empaña, palidece,
Y empieza a replegarse
Por ver adelantarse
Rojiza claridad.

            La aurora luego sale
Mostrando su belleza;
Su velo de grandeza
La noche pierde ya;
Flamígero se muestra.
Magnífico el Oriente,
Que el carro refulgente
Comienza a iluminar.

            ¡Qué dulce es la mañana!
¡Qué hermosa primavera!
Ofrece la pradera
Encantos mil y mi;
Las auras y las brisas,
Los plácidos olores,
Los cantos seductores,
De pájaros sin fin.

            El Sol ya se mostraba
Y sale de la aldea
Que allá lejos blanquea
Y empieza a caminar,
Humilde y pobre anciana
Con paso muy ligero.
Y ya por un sendero
La vemos acercar.

            Vestida pobremente
Y en un palo apoyada
Expresa su mirada
La mas grande bondad.
Respeto nos inspira
Su pelo encanecido,
Su rostro consumido,
Su pobre ancianidad.

            Prosigue caminando
Absorta, ensimismada.
Del frío maltratada
Un rato se paró;
Su marcha continúa,
Tranquila, indiferente
Donde el hombre se ocultó.


III.

            Caminaba la anciana muy despacio
Cantando alegremente,
Cuando un ruido sonó, que parecía
Al que hace una serpiente,
Cuando se acerca cautelosamente.
Ella ni escucha el ruido,
Más se detiene a respirar un rato,
Que el cuerpo de cansancio ya transido
Le impide caminar.
Cerca de una retama recostada,
Intenta descansar;
Y a poco blando sueño,
Que es plácido beleño
Del cuerpo dolorido, cuando el alma
Gozando está de calma,
De la pobre mujer vela los ojos,
Que tiene su cabeza sobre abrojos,
Tan bien, tan reposada,
Cual sobre blanda pluma,
O diván oriental, o fina almohada.
El ruido que se oía
Acercándose a ella se aumentaba;
La mujer se despierta, y donde salía
Dirige su mirada;
Y ve que aquel malvado
La amenaza y se acerca acelerado.
Entonces asustada
Quiere gritar, pero su voz espira;
Quiere correr, y cae desesperada,
Y el asesino en tanto
Con paso lento que terror inspira,
Acercase a la anciana,
La roba, la asesina,
Y luego muy de prisa
Se aleja con sardónica sonrisa.

IV.

            Presencia horrorizado
El crimen alevoso
Un viejo ya achacoso
Sencillo y buen pastor.
Su corazón honrado
De rabia ya deshecho,
Mostraba su despecho
Rugiendo con furor.

            Corriendo velozmente
Cruzaba la pradera,
Cual irritada fiera
Que ataca al cazador;
Más llega luego a un cerro,
Tropieza en una mata
Y cae, y se maltrata,
Y llora de dolor.

            Miróle el asesino
Bajar desde la peña,
Y al ver cual se despeña
Reíase cruel;
Diríjase al anciano
Que teme al asesino
Como a un lobo dañino,
Y huir intenta de él.

            Y escucha estas palabras
Que aquel monstruo decía:
“Pobre de ti si un día
Dices quien la mató:
¡Viejo!... si me descubres,
Aún siendo encarcelado
Con hierros sujetado,
Si no te mato yo,
Otro lo hará por mí;
¡Cuida que si sabe… ay de ti!”

V.

            Escapa el asesino, corriendo velozmente
Y vuelve la cabeza, creyendo van detrás;
Más ¡ah! Lo que le sigue ha de ocupar su mente;
Ni en día, ni en la noche, le diera jamás.

            Del crimen horroroso tendrá remordimientos,
Las penas más terribles su pecho sufrirá,
Y el alma dolorida no lanzará lamentos,
Y mártir de sus crimen siempre vivirá.

            Por fin, en su carrera de vista ya se pierde;
El pobre viejo herido retirase a curar;
La pobre anciana yace tendida por el verde,
Los ojos entreabiertos con hórrido mirar.

            El Sol sale y derrama mil rayos relucientes,
Y toda la natura comienza a renacer;
Después lo labradores, que salen diligentes,
Al aire alegres daba sus cantos con placer.

            Mas luego los zagales sencillos y contentos,
Ya llegan reunidos al tétrico lugar,
Dormiran una anciana que muere por momentos
Y que por fin espira sin que pudiera hablar.

            Ya cunde la noticia, ya corren y se mueven,
Y todos se acercaban mirando con terror
Aquella desgraciada, y todos se conmueven,
Y vuelven la cabeza, y lloran de dolor.

VI.

Para triste recuerdo constante
Del crimen que al mundo aterraba,
De madera una cruz se elevaba
De la anciana se halló palpitante.

La Expiación.
Parte segunda.
I.

            En vez del asesino,
Otro que era inocente fue culpado
Y en una oscura cárcel encerrado.
¿pero cómo, Señor, tú que eres justo,
Y grande y poderosos,
Permitiste que el bueno
Sufra tormento duro y espantoso?
Más tente lengua impía,
¿A dónde llega la locura mía?
¡Las obras de mi Dios juzgar pretendo
Cuando débil mortal ni las comprendo!
¡Ah triste vicio humano
De juzgar en tu orgullo vanamente,
Lo que Dios soberano
Ha dispuesto tan bien y sabiamente!
¿Pero cómo, Señor al virtuosos
Sufrir haces la pena?
¿Quieres probar acaso al valeroso
Haciéndole arrastrar una cadena?
¿Su libertad le quitas Dios piadoso?
¿ese derecho que a todos anisamos
Y sin el cual la vida casi odiamos?

            Cual yo tu lector mío,
Tal vez aquesta reflexión hicieras;
Más siguiéndome al triste calabozo
De haberla hecho cual yo te arrepintieras.
Marchemos con valor a la morada
Del que aparece criminal al mundo:
Un aire nauseabundo
Vamos a respirar desde su entrada;
Y atravesando tristes aposentos,
Oigamos los lamentos
De aquel preso infeliz.

            Allí se nos ofrece
Un cuadro que estremece;
Terrible su conciencia
Al que antes a mi vista era inocente,
Hace que incline con rubor la frente;
Y trae a su presencia
Mil fatídicas sombras;
Luego a sus ojos de terror vidriados
Los mártires por el asesinado
Presenta con furor, él anhelante
Blancos los ojos, lívido el semblante,
Pide perdón blasfema,
Tan pronto invoca a Dios, como el ultraja,
Y dice estas palabras en voz baja:
Fui criminal terrible,
Más supe mis maldades ocultar;
Y es pena bien terrible,
El que me hayan llegado a aprisionar
Por un crimen que yo no he cometido;
¡Más ya por el dolor estoy vencido,
En vano lucho para ser valiente!
Por mi crimen ha muerto un inocente,
Ahora, Señor, por él la muerte espero,
¡Desgraciado de aquel por quien yo muero!

II.

            Un día del mes de Mayo
Limpio el Sol se mostraba,
Y luciente se elevaba
Derramando rayos mil,
Al par que las brisas juegan
Con las hojas de las flores
Robando suaves olores
Al pintoresco pénsil.

            En medio de tal belleza,
De tal sublime armonía,
Y de la pura alegría
Que tiene naturaleza,
Está un pastor meditando
Sin cuidar de sus corderos,
Que por floridos oteros,
Alegres van retozando.

            Su pelo está encanecido
Y agitando su semblante,
Que parece algo anhelante
Por un secreto temor.
Sobre su curtida mano
Tiene su frente apoyada,
Como si el alma embargada
Estuviera el dolor.

            Bajo aquel aspecto rudo
Se retrata escepticismo,
Y el desengaño un abismo
Abre a su cándida fe,
Desprecio muestran sus labios
Que se encuentran contraídos,
Y sus ojos distraídos
Buscan sin saber el qué.

            Es de duda trance fiero
De la sabia providencia,
Y aun también de la existencia
Dudando esta del señor;
Todo lo que él ha creído
Tal vez piensa que es mentira,
Tal vez de aquello que mira
Duda en medio del dolor.

III.

            Levántese el anciano,
Dirige al cielo su callosa mano,
Y dice estas palabras conmovido:
“En este mismo sitio, hoy hace un año
Presencié confundido
El crimen horroroso,
Del que libre pasea,
Y vive, come, bebe y se recrea;
Me amenazó si yo le descubría
Con venganza terrible;
Y yo por cobardía
Callé… ¿Más es posible
Que impune haya quedado
El crimen de aquel hombre tan malvado?
¿Dónde está la justicia?
¿Es por ventura el mundo
De crimen, de avaricia,
Maldad y vicio cenagal inmundo?
¿No hay un Dios que castiga a criminales?
¿no hay un Dios justiciero?
¿los hombres matarán impunemente
En medio de un camino,
Sin que exista algún Dios que Omnipotente
Castigue al asesino?
¿Más a qué hombre a Dios? ¿Acaso existe?
¿Existe todo aquello que veía
Mi loca fantasía?
¿Un dios Omnipotente, justiciero,
Que al mundo rige con eternas leyes
Ser sabio y poderoso, rey de reyes?
No, mentira, nada existe: solo el bueno
Siempre crédulo espera,
Hasta que apure el mortífero veneno
Del desengaño en fatal carrera”.

IV.

            Se calla el pobre viejo;
Levantase indignado,
Y luego su ganado
Se da prisa a juntar,
Al valle se dirige
Que fresca yerba ofrece
Y el verde que allí crece
Le da luego a pastar.

            Entonces su mirada
Dirige al pueblo hermoso,
Su pecho generoso
Palpita ya de horror;
Pues ha visto a lo lejos
Al hombre tan malvado,
Que viene descuidado
Mirando al buen pastor.

V.

            En su mula
Va montado
Más turbado
Del temor,
Acerándose
Anhelante
Con semblante
De terror.

            Siente frío,
Marcha inquieto
Sin objeto
Por allí,
Y los ojos
Tiene hundidos
Dirigidos
Hacia sí.

            El anando
En su agonía
De este día
Odia la luz,
Pero llega
Finalmente
Casi enfrente
De una cruz.

            Cruz humilde
Que es tormento
Muy cruento
Para él,
Cuando llega
El viejo airado
Y el ganado
Con tropel.

            La mula
Se espanta,
Ya corre,
Ya salta,
Y brinca,
Y se afana
Y al fin
Irritada
Despide
La carga.

            Del cuerpo del hombre,
El cráneo choca
Con frígida roca
Do estaba la cruz.

VI.

            El anciano se acerca al que yacía
Sobre la dura piedra, y luego exclama;
Santo Dios, perdón – al insensato
Que en tu santa justicia no esperaba,
Tu poder infinito ya no dudo,
Y aun cuando sea la justicia humana
Incompleta, dejando tanto crimen
Que castigar no sabe en su ignorancia:
Existe otra poderosa, justa,
Que todo lo ve, infinita, sabia,
Que existe en todas partes inflexible:
¡¡Es de Dios la justicia sacrosanta!!.

FIN





Bibliografía:


- GARCÍA CARMONA, A.; NÁJERA MARTÍNEZ, J.; RODRÍGUEZ MENDEZ, J.J.; YUSTE RICOTE, L.; CALVO ORIVE, N.; KRSTIC GIBERT, S., (2010): Encontrando a Paracuellos de Jarama. Ayuntamiento de Paracuellos de Jarama.

GARCINI Y PASTOR, V. (1865): La Mano de Dios. Leyenda Original. Establecimiento tipográfico de Federico Escamez.

- NÁJERA MARTÍNEZ, J.; YUSTE RICOTE, L. (Inédito): Historias de Paracuellos de Jarama.









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