El olvidado Convento de Paracuellos

D. Arias Pardo Saavedra, primer señor de Paracuellos después de la venta de la Encomienda de la Orden de Santiago, falleció en Toledo el 13 de enero de 1561, heredando su hijo primogénito Juan Pardo Tavera (recibe el nombre en honor a su tío que tanto le había ayudado) el mayorazgo de Malagón (al que recordemos, pertenecía Paracuellos).


Su esposa, Doña Luisa de la Cerda, quedó tan dolida por la temprana muerte de su esposo, que no había consuelo humano para mitigar su sentimiento. Para suavizar el duro golpe, le hablaron de una religiosa abulense Teresa de Ávila de rara virtud y gracia para el alivio de semejantes aflicciones. La religiosa fue hija espiritual de san Pedro de Alcántara, amigo personal de Dña. Luisa de la Cerda y que sería conocida después como santa Teresa de Jesús. El santo de Alcántara escribió a Doña Luisa de la Cerda para que le hiciese el gusto de recibir a la santa, y que fuese con ella unos días y se instalase en su casa, pues no veía otro medio ni remedio para su consuelo y alivio. Doña Luisa de la Cerda accedió a recibir a santa Teresa en la navidad del año 1561 y estuvo en el palacio de la marquesa hasta que recibió un nuevo destino. Santa Teresa le invitó a obtener consuelo construyendo en Malagón un convento, idea que Doña Luisa en un primer momento rechaza, pero cuando el tiempo va curando su dolor, ve que la construcción de un convento puede ser el alivio de sus penas. Pero no lo funda en Malagón, sino en Paracuellos. Así fue cómo se fundó en 1570 el convento de los franciscanos descalzos de san Luis en la rivera del Jarama, a media legua apartado hacia occidente de la villa de Paracuellos. Según cuenta la crónica de la provincia de san Joseph en 1615: Estando en el convento de San Bernardino de Madrid, pasar por allí a su villa de Paracuellos, la devotísima señora doña Luysa de la Cerda, oyo la fama que iban floreciendo con grande ejemplo: propuso de poner en execucion la obra del convento, que ya en un captitulo le avian concedido, y por no parecer conveniente poner frayles en el hasta que los huvierse en Madrid, se avia dejado. Tratolo con el provincial, y pidiole, que por servicio de Dios, quisiese enviar algunos religiosos, que escogiesen el sitio, y que entretanto que el convento se fundava, los acomodaría en una ermita, edificio antiguo, que estaba alli cerca: hizolo assi, y ella el convento con mucha brevedad, y tanta devoción que no le faltava sino trabajar por su manos en la obra. Y efectivamente, según cuentan las crónicas, Dña. Luisa de la Cerda tanto más grande, quanto mas humilde, sirvió de peon á la obra, administrando con sus delicadas manos los ripios, y materiales. Una vez construido el edificio e iglesia del convento, D. Juan Pardo Tavera hizo donación de todo el mobiliario que necesitaban para su habitabilidad sus veinte frailes, es decir, mesas, camas, sábanas, mantas, y un largo etc... Se forjó una gran amistad entre santa Teresa de Jesús y Doña Luisa de la Cerda, e incluso mantuvieron correspondencia entre ellas. Entre la copiosa correspondencia literaria entre la santa y la señora, nombra a Paracuellos en 8 de estas cartas.

Pero centrémonos en nuestro convento, que pasó oficialmente a llamarse convento de franciscanos descalzos de san Pedro de Alcántara de Paracuellos de Jarama. Y que poco a poco fue tomando forma y donde no se escatimaron esfuerzos para decorar la iglesia del convento, que paso a llamarse de san Luis. La decoración contaba con obras del afamado pintor D. Juan Carreño Miranda (Avilés, 25 de marzo de 1614 - Madrid, 3 de octubre de 1685) que realizó tres obras pictóricas para el convento. Estas fueron: San Luís Obispo, colocado en el altar mayor de la Iglesia, así como San Antonio y San Pascual Bailón en los altares colaterales. De este altar “afortunadamente” tenemos un grabado de 1775 en el que se puede apreciar el cuadro de San Luís Obispo y la Virgen de la Ribera. También tenemos una imagen del cuadro de San Pascual Bailón que parece estar hoy en día en una colección particular en Madrid. El cuadro representa al santo arrodillado en el suelo, extasiado ante la contemplación de un cáliz con la hostia consagrada, que aparece posado sobre una tela roja que portan varias cabezas de querubines. El cuadro de San Antonio puede contemplarse en el Museo de Santa Cruz de Toledo. Además de estos lienzos, el convento tenía cuadros de san Pedro de Alcántara y santa Teresa de Jesús, fundadores del convento, así como uno de san Gil, cuadros que fueron vendidos por los frailes en 1799.


Debemos hacer un inciso para aclarar la diferencia entre Convento y Monasterio. El Monasterio viene del término griego μόνος (mono: uno, único, solo), en relación con los primeros cristianos que decidieron apartarse del mundo para vivir en pobreza y oración, ermitaños que vivían en ermitas o cuevas en lugares apartados que en un momento dado empezaron a reunirse en pequeñas comunidades. Así, un monasterio sería un grupo de μόνοi que deciden vivir en comunidad bajo una regla de vida en común. Siguen alejados de la sociedad pero ahora viven juntos. El término latino monacus pertenece al mismo tronco lingüístico, del que derivan monacal, monástico o monje. A partir del siglo XIII en la iglesia occidental empezaron a surgir los frailes mendicantes, pertenecientes a nuevas órdenes religiosas no monásticas, que buscan diferenciarse de los monjes y en vez de vivir en un monasterio, apartados de la sociedad y autosuficientes, lo hacen dentro de una población en una casa humilde a la que llaman Convento, de convenireen latín (venir con, reunirse) porque no quieren apartarse de la gente sino asistirla y evangelizarla, y se denominan mendicantes porque viven de mendigar. De ahí que el Convento se ubicara cerca de la población, a orillas del rio Jarama, frente al castillo y con la población a sus faldas. Aunque paradójicamente empezaron sus habitantes el traslado a los alrededores de la nueva iglesia de San Vicente que se estaba construyendo. Por cierto, hoy en día existe un camino de tierra (que empieza o termina) al final de la calle de las Huertas (detrás del Hogar) que se denomina La cuesta de los frailes que era el camino por utilizaban para subir al pueblo a evangelizar o pedir limosna.


Uno de los primeros inquilinos del convento podría haber sido el Padre Juan Florencio Laurencio, que nació en Paracuellos en 1562. Probablemente ingresó en él cuando era sólo un niño pero con apenas 15 años entró en la Compañía de Jesús, y un año más tarde se marchó a América. México fue su destino, concretamente Veracruz en cuyo convento se instaló en 1588. Según cuentan las crónicas, la corona española tuvo que requerir sus servicios para salvar las almas de los rebeldes en el llamado alzamiento de los negros. Se dedicó a la ocupación de maestro de espíritu de la juventud y emprendió la interpretación de los salmos de David. En 1622 a este paracuellense le nombraron rector de la Casa Profesa de México, lugar que residió hasta su muerte en 1623, en esta etapa aprendió los idiomas otomí y mexicano.

Que conozcamos la vida e historia de algunos de los monjes del convento de Paracuellos se debe a que marcharon al nuevo mundo o tierras asiáticas con la finalidad de evangelizar y crear nuevos núcleos de población, dejando en algunos casos la crónica de sus viajes o simples apuntes de su estancia. Aunque también hubo algún vecino que decido probar suerte y cambiar de vida.

El primero en partir a las Américas fue Alonso López, natural de Paracuellos, el cual se fue a vivir a Pamplona en el Nuevo Reino de Granada (Colombia), el 27 de febrero de 1562. Posteriormente lo hizo Juan López, un soltero natural de Paracuellos que partió el 12 de junio de 1599, aunque desconocemos el rumbo que tomó el barco. La España del imperio donde nunca se ponía el sol, era lo suficientemente grande como para que el otro López que se marchó en barco, no se dirigiese a las Américas sino que puso rumbo a Asia. Este otro paracuellense fue Martín López, criado de los franciscanos, que se embarcó en el galeón san Felipe a Filipinas y Japón. Barco, por cierto, que hundieron los Japoneses en 1596. Con el mismo destino, Filipinas, partieron varios frailes del convento. Que sepamos, los primeros que se marcharon junto con otros 22 religiosos en 1577, fueron fray Pablo de Jesús, fray Bernardino de Madrid, fray Sebastián de San Francisco y fray Alonso de Jesús. Una década más tarde aparecen alistados en Sevilla el 15 de mayo de 1581 entre los 17 misioneros que embarcaron en la nave San Cristóbal un mes después (13 de junio de 1581) los padres fray Antonio de San Gregorio y fray Antonio de la Concepción, del Convento de Paracuellos en dirección a Japón. Y en 1595 se agregó a la misión para Filipinas fray Pedro de Burgillos morador de nuestro convento. En otra expedición que partió el 20 de junio de 1620 en la nao Nuestra Señora del Juncal, junto con otros 24 franciscanos, participó el predicador fray Bernardino de Paracuellos, que contaba por aquel entonces con 39 años

Tenemos constancia de otro Juan Laurencio que también se marchó a América, y que también fue sacerdote, cuyo nombre completo era Dr. Juan Laurencio Páez. Este era natural de la Villa de Paracuellos en el Arzobispado de Toledo, Reino de España e hijo legítimo de don Pedro Páez y de doña Ana Delgado. Son pocos los datos de este vecino de los que disponemos, así que les contamos lo poco que sabemos y es que fue deán de la catedral de Arequipa en Perú, en donde los datos de que disponemos le sitúan al menos desde 1653. Fue gran benefactor del cabildo y la catedral de Arequipa donde falleció en 1681.

De la vida del Convento propiamente dicha, teneos algunas curiosas historias que detallamos a continuación.

El 9 de abril de 1609 Felipe III el piadoso de España decretó la expulsión de los moriscos, españoles descendientes de la población de religión musulmana convertida al cristianismo por la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502. Pero algunos de ellos quisieron recuperar sus pertenencias, así encontramos una carta de Antonio de Acuña, morisco de los desterrados de España y natural de la villa de Madrid, que envió desde Argel a un amigo en 1615, dándole cuenta del estado de sus cosas. Cuenta cómo veinticuatro moriscos españoles vinieron a España en hábito de frailes Descalzos de san Francisco y sacaron una noche las joyas que habían dejado enterradas en Madrid, Ocaña y Pastrana, con ayuda de un ex-fraile de nuestro convento. En ella se dice textualmente: Y tratando de remedio dixo Antonio del Castillo: Ya sabéis que mi primo Eugenio de Santa Cruz es sastre y hazia los hábitos a los frayles descalços en San Bernardino de Madrid, y que su hijo Francisco de Santa cruz es lindo escribano y fue cinco meses frayle descaço de San francisco en el lugar de Paracuellos, tres leguas de Madrid, y sabrá bien hazer patentes de frayles que van camino. Escojamos veinte y quatro hombres animosos y que sepan bien la tierra y éstos en hábito de frailes descaços vaya y traigan este tesoro.

Les contamos lo que le ocurrió al padre fray Pedro de Huete, guardián del convento de los franciscanos de Paracuellos. Por el año de 1680 padecía tercianas que le molestaban mucho, así que decidió viajar hasta Fuentelaencina (Guadalajara), que era un lugar bastante conocido en la época, entre otras cosas, por las milagrosas intervenciones que san Agustín hacía en su ermita en lo que refiere fiebres palúdicas, y achaques de oscura etiología reflejados únicamente en la fiebre o calentura. La última etapa del franciscano fue desde Moratilla de los Meleros, y en el camino, con la agitación y trabajo dél, le dio un recio frío. Al llegar a Fuentelaencina le atendió inmediatamente el médico del lugar, doctor Lozano, quien tomándole el pulso, le dixo que no se le podía por entonces hacer beneficio alguno, porque iba entrando el crecimiento con mucha fuerza. Pero los males cedieron ante la sobrenatural potestad que san Agustín y sus bendecidas especies tenía acreditada. Para ello lo único preciso era tener fe y llevar adelante un rito milagroso. El padre Huete pidió el Breviario, y rezando la Antífona y Oración del santo, tomó con mucha fe, un poco de una tortica; y no pudiendo pasarla, la mojó en agua, y la comió, y bebió el agua. Y al mismo punto dixo: Yo estoy bueno. Cuando volvió el doctor Lozano preguntó qué remedio le habían dado. La Caridad de san Agustín, dixeron. Y el médico concluyó con que todo ello era milagro manifiesto.

Otro franciscano de nombre fray Julián de Alcalá, que visitaba habitualmente el santo lugar, era conocido como un visionario y milagrero. Sus visiones fueron recogidas en un libro de la Universidad de Alcalá de 1753. Entre otras muchas cuenta las ocurridas en nuestro término: Entre Torrejon de Ardoz y Paracuellos en una vereda estaba el V. P. Fr. Julian, haciendo una platica espiritual a Miguel de Roxas, vecino de Barajas; y estándole diciendo el veneralble Padre, que antes se dexase matar mil veces, que arrojase á la ofenda de Dios, venía por el camino un Toro herido, que se havia huido de Torrejon de Ardoz y haviendole visto el referido Miguél de Roxas, asustado le dixo al Venerable Padre: Aquí sin duda hemos de ser muerto. Pongámonos de Rodillas dixo Fray julian, y no tema. Llegó el Bruto lunado al puesto donde estaban; y dando un terrible Bramido, se pasó de largo, sin llegar á acometerlos: y uno y otro fueron libres de Peligro tan manifiesto. Otra visión del venerable Padre dice: Le sucedió un día en la Villa de Paracuellos a un hermitaño de barajas, que llamando á la puerta de una casa, donde gravemente se hallaba enfermo el V. P. Fr. Julian, y al tiempo de pulsar a la puerta, dijo el Venerable Enfermo: Dexen entrar al hermitaño de Barajas, que por Caridad me trae unos pollos y unas almendras. Aquel hombre admiró mucho el conocimiento de este secreto, porque la casualidad le entró en dos distintas casas de Barajas, donde con sigilo, para regalo de el enfermo venerable, le entregaron los pollos, y las almendras. Sin duda la proeza más grande de este franciscano, y por la que más resaltó en la historia de España, fue la profecía de la Ascensión del Alma de Felipe II el prudente, visión que cuenta en este mismo libro. Este hecho quedo plasmado en una pintura de otro genio de este Siglo de Oro, D. Bartolomé Esteban Murillo. En el año 1645, Murillo realizó el óleo La visión de la ascensión del alma del Rey Felipe II de España de Fray Julián de Alcalá.


 Además de esta visión, otro religioso de nuestro convento tuvo otra. Se trata del bendito fray Pedro de Esperanza que supo desde el principio que era escogido y de mucha virtud, por lo que dejaba experimentar en si mismo muchas penitencias que otros no permitían. Se le mandaron cosas difíciles de cumplir y lo hacía todo con extraordinaria paciencia. Se mortificaba en los ojos y alguna vez le pidió a algún compañero fraile que le atase a un árbol de la huerta y le azotara con un manojo de mimbre, quedando extasiado para sus merecimientos con Dios. Era fraile humilde y le empleaban en los oficios más bajos del convento. Quería que se le hiciera pedazos por Cristo Nuestro Señor, a quien le suplicó que le concediese en esta vida el purgatorio de sus culpas, el cual oyó su petición dándole al demonio poco menos que licencia para afligirlo tanto como al santo Job. No se le vio quejarse jamás en sus continuas aflicciones, ni aun cuando le curaban las graves heridas que se producían, las cuales le llevaron a un cuerpo lleno de llagas, dolores de cabeza, sed perpetua, falta de sueño y ceguera. La sed perpetua le produjo hidropesía por lo que se le hincharon el vientre, los muslos y piernas, y se le abrasaban las entrañas. Para aliviar sus dolores ponía su pensamiento en las penas de la pasión de Cristo Señor Nuestro. Al final de sus días le confesó al hermano fray Sebastián de santa María, que era su enfermero en el convento de Paracuellos, que le había pedido al señor tres cosas, que le otorgase enfermedades asquerosas, así como verse desamparado y por último, morir el día solemne de la Transfiguración. Cuando quedaban ocho días para el día elegido para su muerte, el cuerpo se le fue pudriendo. La noche antes del día de la transfiguración pidió los sacramentos y los frailes se los dieron diciendo que iba a morir antes de llegar la noche, pero el dijo que estaban equivocados, que no moriría hasta el día siguiente. Así pues el 6 de agosto de 1591, la poderosa mano de Dios, se lo llevó a gozar del premio de su dura y paciente vida. El fraile Sebastián tuvo la revelación de que había entrado en el cielo, sin pasar por el purgatorio, y que estaba en compañía del santo Job.


El 9 de junio de 1634, el nuncio de su santidad en España, da licencia para trasladar el convento de San Luis de Paracuellos a un lugar idóneo y salubre, pues es probable que los franciscanos se encontraran demasiado aislados de la población, viviendo en las cercanías de las ruinas del antiguo núcleo poblacional, junto a un castillo medio derruido. Creemos que el traslado nunca se produjo, porque no hemos encontrado documento alguno que así lo acredite. Seguramente la lejanía de media legua entre el convento y Paracuellos, hacía que fuera un lugar inseguro. Como ejemplo de ello tenemos un suceso que, además, nos habla de cómo se las gastaban los frailes a la hora de “cazar” a los ladrones de los frutos de sus huertas; ocurrió el 19 de septiembre de 1634 a las puertas de nuestro convento. Cuentan las crónicas de la época: En Paracuellos, quatro leguas desta corte, sucedió la semana pasada una desgraçia bien latimossa, y fue que en un monasterio de alli ay de frayles descalços tienen una güerta y viña, y algunas noches les entravan a hurtar las ubas y fruta de ella y para remediarlo armaron una escopeta al paso por donde entraban, con çierto artificio, como se suele haçcer para cazar lobos. Açertó a yr una noche un clérigo que dizen hera theniente cura del dicho lugar y topó en la tal trampa, de manera que se disparó la escopeta y le mató sin poder hablar palabra.

Respecto a las celebraciones litúrgicas en nuestra población, sabemos que los monjes tenían reservado el segundo día de Pascua de las fiestas patronales para su patrona La Virgen de la Ribera, junto con la Hermandad que tenía el primero para el Cristo de la Salud y tercer día para San Nicolás de Bari. Encontramos un recorte del 11 de junio de 1771 del Diario de Madrid en el que se dice: En la Villa de Paracuellos, a tres leguas de esta corte, con motivo de haberse establecido una hermandad de socorro, con todas las licencias necesarias, intitulada del Santísimo Christo de la Salud y San Nicolás de Bari, se celebra función solemne en la iglesia del Excelentísimo Señor Duque de Medinaceli, propia suya, titulada de Santa Ana, el día primero del aproxima Pascua de Pentecostés, ó Venidad del espíritu Santo, y también el tercero, con misa, sermón, y Descubierto. Asisten á la misa, y procesión ambos días por mañana y tarde, un complejo de voces e instrumentos de Músicos profesores de esta Corte. El segundo día de dicha Pascua, se celebra la fiesta anual á nuestra Señora de la Ribera, que se venera en el Convento de Religiosos Observantes de San Gil, en los términos acostumbrados. También sabemos que en torno al año 1821, una vez que los Franciscanos Descalzos son obligados a abandonar definitivamente su convento de Paracuellos, la imagen de la Virgen de la Ribera que se veneraba en su capilla, fue trasladada a la iglesia de Santa Ana y su fiesta anual pasó a organizar la Hermandad. Desde entonces, se la conoce como Hermandad del Cristo de la Salud, la Virgen de la Ribera y San Nicolás de Bari.

Gracias  a un inventario de ingresos y gastos  que se hizo el 30 de septiembre de 1764 solicitado por fray Juan Antonio de Olivares, Ministro provincial a petición del señor Arzobispo de Toledo que quería saber el estado de los conventos franciscanos, conocemos mejor cómo era el día a día en el convento: Certifico yo, fray José de Madrid, predicador y Guardián del Convento de Religiosos Franciscos Descalzos, Provincia de San José, Arzobispado de Toledo, titular del convento de San Luis obispo, extramuros de la Villa de Paracuellos, que su comunidad consta de diecisiete religiosos, entrando en este número tres que no han llegado y tienen para esta comunidad su destino. El número de individuos de que ha constado en los años precedentes ha sido: de veinte, veintiuno o veintidós. Hoy no hay más número que el dicho. Los comensales para urgencias de dicha comunidad son cinco. Conviene, a saber: un pastor para guarda del ganado que se nos da de limosna; un arriero para conducir con tres caballerías mulares las limosnas y demás utensilios para sustento de los religiosos; un mozo para la huerta; otro para llevar las patentes de los religiosos difuntos; y una lavandera para lavar la ropa blanca, de sacristía, de hospedería y refectorio. Otro si, certifico que los lugares, territorio propio de la guardianía en que se pide limosna, son: Paracuellos, Aljalvir, Daganzo de Arriba, Daganzo de Abajo, Fresno de Torote, Sarracines, Valdetorres, Valdeolmos, Ala el Pardo [Alalpardo], Fuente el Saz, Argete, Cobeña, Torrejón de Ardoz y Fuencarral. En todos estos lugares se pide la paja y grano por las casas el agosto, salvo en Fuencarral, que se pide y ha pedido por las eras24. En todos se piden huevos. En Aljalvir, en Torrejón, en Daganzo, en Paracuellos, en Argete y Fuente el Saz se pide el pan cocido de quince a quince días.

El número de pan cocido que se nos da de limosna es: en Paracuellos, seis panes; en Torrejón, Daganzo y Aljalvir, de dieciséis a diez ocho panes; en Argete y Fuente el Saz, otros tantos, de quince a quince días, sin que esto tenga más permanencia ni estabilidad que la misericordia de Dios que mueve los bienhechores para hacer esta limosna. El número de fanegas de grano, este año es ha sido (sic) veintiséis menos cuartilla de trigo, cincuenta y cuatro de cebada y de siete a ocho arrobas de garbanzos. Todo ello de limosna, En algunos de estos lugares se pide la limosna de tocino por Navidad, Resurrección y algunas otras menudencias que se nos dan de limosna. En año de más abundancia de granos es la limosna de grano mas crecida. De esto no puede darse más noticia por cuanto las limosnas en especie no constan de libro de asiento del convento. Otrosí, certifico que el Excelentísimo Señor Duque Marqués de Santiesteban Málaga da anualmente a la comunidad, como patrono que es de ella, doscientos ducados de vellón, que se reciben de limosna. El Eminentísimo y Excelentísimo Señor Cardenal Arzobispo de Toledo, seiscientos reales de limosna con la carga de ir a decir Misa todos y cada un día del año a su palacio de Aldovea. Más da graciosamente noventa reales para leña. Igualmente ha dado veinticinco fanegas de trigo en los años precedentes por un mero afecto de su piedad y en atención a lo que se trabaja en su arzobispado. Este año no sé lo que será. El señor doctor don Vicente Bargas da cien ducados de vellón por la asistencia a decir Misa en su jurisdicción espiritual de Pesadilla, cantidad onerosa que de limosna se recibe. Las limosnas onerosas y gratuitas en materia de maravedises, gratuitas que son sin carga, y onerosas que son con ella, como limosna de sermones, misas cantadas o por hábitos de difuntos, ascienden, en dieciocho años, a cuatrocientos veinticuatro mil ochocientos noventa y ocho reales de vellón, como por menor consta del libro de cargo y data de la comunidad. A cada año tocan veintitrés mil seiscientos y cinco reales vellón. A cada trienio, sesenta mil ochocientos y dieciséis. A cada sexenio, ciento cuarenta y un mil seiscientos treinta y dos reales vellón, salvo error de pluma o suma, entrando en estas las limosnas onerosas de Aldovea y Pesadilla y la limosna del Patrono. Todas estas Limosnas, que son puramente limosnas (o gratuitas u onerosas) las recibe en sí el señor hermano síndico como mayordomo que lo es de Su Santidad, y tiene adjudicado el derecho y propiedad a la Apostólica Silla. La distribución de esta limosna, que toca de derecho al señor hermano síndico, con su distribución y acuerdo del prelado como administrador mero de ellas, se hallan empleadas en reparos del convento, hechura del camarín de la Reyna de los Ángeles María Santísima de la Rivera, en ornamentos de iglesia, cera para el culto divino, salario de comensales del convento, empleos en carne, pescado, aceite, vino, sayal en cada un año para vestuario de los religiosos, ropa blanca de sacristía, hospedería y refectorio y demás gastos que por menor constan en el libro del convento. Hecho general avance de cargo y data, resulta, por el libro de cuentas, ser igual el cargo que las datas, como de los particulares ajustes de cuentas en su Guardián, síndico y discretos consta en dicho libro, autorizadas por los prelados provinciales dos veces en su trienio. De donde se infiere que si, según la práctica, para todo gasto ocurrente del convento se consume cada un año veintitrés mil seiscientos y cinco reales, a un quinquenio caven ciento dieciocho mil y veinticinco reales vellón. Esto se considera necesario. Y ¿de dónde ha de salir? Del tesoro inagotable de las piedades de Dios, que, con mano liberal, por la de los bienhechores, favorece a sus pobres evangélicos que tienen puestas en Dios sus crecidas esperanzas fiados en la palabra de Cristo mi Redentor dada a mi Padre Seráfico San Francisco, que cuanto nos fuesen más en número sus religiosos, tanto más correría a su cuidado el mantenerlos a todos. ¡Y cómo se verifica! Nada sabemos de propiedades ni derecho y, Dios dispone, de hecho, que ninguna cosa falte. Dios, que, con su oculta providencia, mantiene de alimentos y vestidos a los lirios de la selva, pone su solicitud en mantener de limosna a los que a la media noche y día se emplean en sus justas alabanzas en el altar y el coro. ¡Bendita sea su piedad, amor y misericordia! Mas es digno de su justa reflexión, ¿cómo siendo tan corto el número de individuos de esta comunidad es tan crecido el de maravedises que en su abasto se consumen? Es necesario advertir [que] no todo se consume entre religiosos solos. Vienen muchos bienhechores, en especial de Madrid, a visitar a la Reyna de los Ángeles María Santísima de la Rivera, atraídos de su devoción y culto y movidos de vernos en un desierto. Dan sus limosnas, consumen de lo que dan, y, muchos, mucho más de lo que dejan. Así se consume tanto y es tan crecido el número de ingresos. Si la comunidad se pudiera abastecer con treinta arrobas de pescado, verbi gratia, es necesario cincuenta. Y así todos los demás surtidos. La retribución de parte de la comunidad a todos sus bienhechores es: todos los días del año, a excepción del Viernes Santo, que no se hace Sacrificio, se dice la Misa conventual por todos los bienhechores. Se satisface por ellos con vigilias, ayunos, penitencias, disciplinas, oraciones, desnudez y lo demás que pueda serles de mérito. Se les asiste a auxiliarles en el último peligro, cuando nos llaman para esto. En Cuaresma se envían dos religiosos del coro, confesor uno y predicador otro, por todos los lugares de nuestra jurisdicción a que, predicando y confesando, se reconcilien con Dios los que estén en su desgracia, o si están en gracia suya reciban más abundancia frecuentando sacramentos. Si vienen a nuestra iglesia, se les asiste administrándoles los santos sacramentos de Penitencia y Comunión, sin que el prelado se excluya de tan cristiano ejercicio cuando el concurso lo pide o porque se anime el súbdito o los penitentes hallen despacho más pronto. En la portería se da cuanto cave de limosna. De limosna vivimos y damos limosna de ella. Últimamente, certifico que cuanto va aquí expresado nos es dado de limosna, pues la comunidad no tiene finca segura de bienes raíces, ni juros, ni memorias, ni capellanías, ni beneficios simples ni jurados, ni otra cosa que las piedades de Dios, en cuyas divinas manos ponemos nuestros ojos como la esclava en manos de su Señora, pidiendo se apiade Dios para darnos de comer y de vestir. Teniendo esto, todo lo demás nos sobra.

Los franciscanos dividieron España en provincias, siendo Madrid junto a Ávila, Toledo y Ciudad Real, la provincia de san José. También se celebraban reuniones o capítulos, en las que se ponía orden en los asuntos de la congregación y se disponía de numerosos acuerdos. En el convento de los descalzos de Paracuellos se celebraron varias de estas reuniones. En una de  ellas se hablo sobre las costumbres higiénicas y el decoro de los padres franciscanos: mandamos a los padres guardianes que pongan todo cuidaden que los maestros de coristas les hagan frecuentar las confesiones y comuniones y conviene a saber todos los domingos, las fiestas de Nuestro Señor y Nuestra Señora y los jueves de adviento y cuaresma, confesando con el maestro, salvo en las fiestas solemnes, en las cuales se les señalen dos confesores. ítem, mandamos a los padres guardianes que cuiden de que la ropa de los coristas y estudiantes, aunque sean sacerdotes, se lave dentro del Convento y, si acaso algún Convento no tuviese lejías, al punto se hagan y en el interim lavará la ropa de dichos constas la lavandera del Convento por orden de los padres guardianes, llevándola un donado y volviéndola a la celda del padre guardián para que allí se reparta. Y porque de salir religiosos a bañarse de día se siguen gravísimos seculares con indecencia grande del recato y modestia religiosa, mandamos que cuando la comunidad saliere a recreaciones a donde hubiese río, si por necesidad se hubiesen de bañar algunos, sea de noche obscuro y apartados unos de otros, para que así, sin perjuicio de la honestidad religiosa, tengan el alivio que necesitasen y, en tal caso que la comunidad salga a bañarse, de ningún modo irán los coristas de noviciado sino sólo con su maestro cuando fuere conveniente, desterrando totalmente la costumbre de concurrir los novicios a semejantes funciones y, en los lugares donde el río estuviese distante, por obviar algunos inconvenientes de mal ejemplo bastante para destruir la devoción de los seglares y quebrantamientos de regla, no permitirá que ninguno vaya a bañarse.

De otra de las reuniones, la del capítulo provincial celebrado en la Iglesia de san Luis de Paracuellos el 16 de mayo de 1789, salió un curioso libro que se llama Manual Procesional para el uso de la provincia de San José de Franciscanos Descalzos en Castilla la Nueva. En este libro se recogían los cánticos eclesiásticos que habría que entonar en bendiciones, procesiones, misas, etc. El primero de esos capítulos celebrados en Paracuellos se produjo el 29 de noviembre de 1585, siendo el último del que tenemos constancia el 31 de enero de 1801.

Encontramos un anuncio por la pérdida de unos efectos personales en el Diario de Madrid del 15 de diciembre de 1791: Quien hubiese encontrado unas alforjas blancas de un Religioso limosnero de Paracuellos, con un manto, una capilla, unos paños con su talega, y otros trastillos de dicho religioso, que se han perdido en la Venta del Espiritu Santo, por la puerta de Alcalá, el prado abaxo, por en casa del Exmo. Sr. Duque de Medinaceli, calle del Prado, la del León, la de la Magdalena, á la calle de la Urosas; se servirá entregarlas al Padre portero del Convento de San Gil de esta Corte, Fray Vicente de Ocaña, quien dará mas señas y juntamente el hallazgo.

Durante la ocupación francesa en la Guerra de Independencia, el mismo Napoleón Bonaparte dictó en los primeros días de diciembre de 1808 varias disposiciones como jefe superior. Uno de estos decretos reducía a una tercera parte los conventos de España. Pero su hermano José, una vez nombrado rey de España, fue más radical y por decreto del 18 de agosto de 1809 mandó suprimir todos los Conventos y Monasterios. No sabemos si  fue en 1908 o un año más tarde, en cualquier caso el convento de Paracuellos fue suprimido y posteriormente expoliado, como así lo atestigua la carta fechada el 3 de septiembre de 1813 del comisionado de hacienda al alcalde de Paracuellos en la que le recriminaba el abandono del convento: Tengo entendido que el Convento de los Padres Franciscanos Descalzos de esa villa, está en un estado bastante ruinoso, y que varios sujetos han extraído teja y madera con el mayor abandono. Por esta razón encargo a Usted en nombre de la intendencia que hasta tanto que yo pueda pasar a esa, este a la mira, y evite qualquier extracción. Nada más acabada la guerra en 1814 volvieron los monjes al suprimir Fernando VII  todas las órdenes dadas por los franceses y el convento fue también restaurado. Sin embargo, en 1821 el Ministerio de Gracia y Justicia, dictó la Real Orden por la que el rey hizo una relación de los conventos que debían quedar existentes en la corte y demás pueblos de la provincia de Madrid; los que debían quedar suprimidos y en cuáles debían reunirse las comunidades de estos últimos. La alegría por la restauración sólo duró siete años: el 15 de marzo de 1821 le tocó ser suprimido definitivamente y sus frailes mandados a Madrid. A partir de ese momento entró en ruina el edificio y sin ninguna protección municipal, desapareció por completo en pocos años víctima del expolio.

Y si bien hasta hace algunos pocos años algunos vecinos mayores sabían donde estaba la ubicación exacta del convento, a día de hoy se le ha perdido la pista. Sería bueno intentar su localización para preservar el lugar y sus restos.

Javier Nájera Martínez y Luis Yuste Ricote.

Cronistas Oficiales de Paracuellos de Jarama.

Bibliografía:

- SÁNCHEZ FUERTES, C. (2015): La provincia franciscana descalza de san José en 1764: estadística de algunos conventos, ingresos, gastos e irradiación pastoral. Archivo Franciscano Ibero-Oriental. Madrid. Carthaginensia Vol. XXXI.

- NÁJERA MARTÍNEZ, J.; YUSTE RICOTE, L. (2016): Historias de Paracuellos de Jarama. Ayuntamiento de Paracuellos de Jarama, Madrid.

 

 

Comentarios

Entradas Populares